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Las venas del continente: Avenidas que cuentan historias

Caminando por Paseo de la Reforma, en el corazón de la Ciudad de México, me asaltó un pensamiento inevitable. Así como la antigua Atenas tenía su Paratenaica, México y Colombia también comparten una red de grandes arterias que no solo son vías de tránsito, sino que conectan lo esencial de cada país. Son caminos que han sido testigos de historias anónimas y monumentales, y que nos muestran, si ponemos atención, cómo estos países respiran a través de sus avenidas.

 

El Paseo de la Reforma es como un río que ha visto de todo. Desde los desfiles que celebran la independencia hasta las marchas que piden justicia. Es un lugar donde el pasado y el presente se abrazan, mientras los monumentos como el Ángel de la Independencia o la Diana Cazadora se alzan como guardianes silenciosos. Allí, entre oficinas de vidrio y acero, restaurantes, bancos y grandes hoteles, la vida nunca se detiene. El bullicio de la ciudad es incesante, y cada esquina parece susurrarte una historia que no puedes ignorar.

 

Al otro lado del continente, en Medellín, la Avenida Oriental tiene un carácter distinto, pero su importancia es igualmente innegable. Esta gran vía divide la ciudad en dos, como una herida que, en lugar de separar, une. El tráfico es un constante ir y venir de vehículos que parecen apresurarse, como si el tiempo en Medellín corriera más rápido. A su paso, encuentras la Cámara de Comercio, la Contraloría, la Iglesia de San José, la Clínica Soma, el Éxito de San Antonio, y detrás de cada edificio, el eco de las montañas que rodean la ciudad. En esta avenida se puede sentir el latido de una ciudad que, como el Fénix, ha renacido de sus propias cenizas.

 

Pero la Avenida Oriental no está sola. Los barrios de Medellín tienen también sus propias arterias, donde la vida fluye a través del comercio, la gastronomía y la cotidianidad. En Manrique, la Carrera 45 es el corazón del barrio, donde cada cuadra parece tener su propio ritmo: tiendas, bares, restaurantes, bancos y vendedores ambulantes se mezclan con los sonidos de la vida diaria. Al Occidente, en Castilla, la 68 es la columna vertebral, donde bares, restaurantes y tiendas se alinean, formando un corredor donde la comunidad se encuentra para compartir y vivir. Y si te adentras en El Poblado, la mítica Calle 10 te lleva directamente al bullicioso Parque Lleras y a Provenza, donde las noches se alargan entre el eco de risas, música y los sonidos de la ciudad que nunca duerme.

 

Pero no son solo las grandes ciudades las que viven a través de sus avenidas. Los pequeños pueblos también tienen sus caminos, más modestos, pero igualmente significativos. Recuerdo El Carito, un pueblito en Córdoba, Colombia, que parece existir en otro tiempo. Ya no es una trocha, como la conocí hace unos años, sino una vía pavimentada que conecta su pequeño universo. En pleno parque, recuerdo que me senté bajo la sombra de un frondoso árbol a comer salchichón con limón, mientras conversaba con el dueño de la tienda más grande del pueblo. Era uno de esos momentos en los que la vida se siente más tranquila, donde el ajetreo de las ciudades queda atrás y uno puede detenerse a observar los detalles: los niños jugando en la plaza, el sonido lejano del ganado que aún se cría en la región, y la simple rutina de quienes han hecho de este lugar su hogar por generaciones.

 

Montería, en Córdoba, tiene su propia joya: la Avenida Primera, que se extiende junto al imponente parque La Ronda del Sinú, bañado por las tranquilas aguas del río Sinú. Allí, la vida transcurre despacio, casi como si el calor obligara a las personas a moverse más lentamente. A menudo se ven ciclistas pedaleando en chanclas, disfrutando de la brisa que mitiga un poco el implacable sol. Entre las tiendas de artesanías, los locales de comida y los árboles que bordean la avenida, la historia de Montería se revela en los pequeños detalles. A lo largo de este malecón, esculturas y monumentos rinden homenaje a personajes icónicos de la región. Destaca la estatua del maestro Pablo Flórez, uno de los grandes del folclor, acompañado de la musa de su inspiración, Ninfa del Valle Corcho Ruiz, “la aventurera”. Este homenaje a Flórez es un testimonio del amor de la región por su música, con el porro «María Varilla» y la estatua del general José María Córdova acompañando el recorrido cultural por el malecón. Inaugurada en 2015, esta obra, realizada por el escultor barranquillero Roy Pérez, celebra el legado musical del maestro Flórez y de los intérpretes del porro.

 

En Bogotá, la Carrera Séptima es mucho más que una avenida: es el alma de la capital. Desde el icónico edificio Colpatria, que se eleva desafiante sobre la ciudad, hasta la Plaza de Bolívar, donde residen la historia y el poder político de Colombia, la Séptima lo ha visto todo. Marchas, manifestaciones, procesiones religiosas, y hasta parejas jóvenes que se pierden en las librerías que bordean la calle. Es un lugar donde todo confluye, y cada paso que das sobre su asfalto es como recorrer las venas de la capital misma.

 

Guadalajara tiene su propio ritmo. La Avenida Chapultepec es donde la ciudad parece despertar cada noche. Es un lugar de encuentro, donde jóvenes y viejos se mezclan en los cafés y bares que llenan la avenida. Las luces de neón reflejan una ciudad que no se detiene, una Guadalajara que vibra al compás de la música y la risa de sus habitantes. Cada esquina parece prometer algo nuevo, mientras los árboles centenarios que bordean la avenida miran, serenos, el ir y venir de las generaciones.

 

En Monterrey, el Paseo de Santa Lucía es una joya escondida. No es una avenida convencional, sino un canal que, como un río tranquilo, conecta el Parque Fundidora con el centro histórico. Navegar por sus aguas es una experiencia casi mágica. Las montañas circundantes parecen vigilar desde lejos, mientras los puentes que cruzan el canal le dan a la ciudad un aire europeo. Es un contraste con el bullicio de Monterrey, un respiro en medio de una urbe que siempre parece estar en movimiento.

 

Oaxaca es otro universo. La calle Macedonio Alcalá no es solo una vía: es una galería al aire libre. Adoquinada y serpenteante, esta calle es un reflejo del alma artística de la ciudad. Aquí, el arte y la cultura están en todas partes. Cada tienda, cada galería, parece tener algo que decir. Los colores vibrantes de las artesanías, el aroma del mole, y el sonido de las marimbas que tocan en la distancia te envuelven, y de repente, te das cuenta de que caminar por esta calle es más que un simple trayecto: es una experiencia.

 

Así son nuestras avenidas. En México y Colombia, no solo conectan ciudades: son las venas por donde corre nuestra historia, nuestro presente y, sin duda, nuestro futuro. Y cada paso que damos sobre ellas es un recordatorio de que, en este viaje continuo que es la vida, siempre hay algo nuevo que descubrir.

Por: Carolina Mejía
CaronotasTv

 
 
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